Del enredo a la claridad: el arte de elegir tu mejor versión
- Diego Román L.
- 10 ago
- 3 Min. de lectura

Estos últimos días han sido un poco grises. Mi estado emocional ha estado sensible; tal vez haya causas justificadas, aunque no creo que me hayan acompañado los comportamientos adecuados. He estado irritable, molesto, vulnerable. He sentido reclamos de mi estado, sin poder explicar del todo qué me pasa. Sí, hay algunas razones reales, pero no suficientes para justificarlo.
No siempre despertamos con el ánimo y la claridad que quisiéramos. A veces empezamos el día con energía expansiva, listos para crear, conectar y resolver. Otras veces, algo —una conversación, una noticia, una expectativa rota, un comportamiento ajeno— nos arrastra a un estado más cerrado, reactivo y limitado, con la sensación de estar encerrados en una caja. Así han sido mis últimos días.
Sé que no pasa nada: es parte de la condición humana. Hay días buenos y otros no tanto. Es algo que estudio y enseño como coach, facilitador y profesor. De hecho, acabo de dar un curso de gestión emocional para líderes en entornos cambiantes. Esa experiencia me da recursos para actuar más consciente de mi situación, y sé que la clave no está en evitar estos momentos, sino en aprender a detectarlos, entenderlos y, cuando sea posible, salir de ellos para volver a mi mejor versión.
Vi un post en Instagram con un mensaje de Novak Djokovic sobre uno de sus aprendizajes más importantes. Decía que es fundamental estar enfocado, pero que no siempre es posible mantener ese estado. Lo que marca la diferencia es la capacidad de recuperarse: aceptar lo que pasa y regresar al enfoque.
Todo cambio empieza con un acto simple: darme cuenta de la situación. Escuchar lo que me está diciendo y preguntarme: ¿qué me pasa? y ¿cómo recobro mi coherencia?. Para ello sé que debo estar abierto, creativo, curioso y dispuesto a salir de la caja, no quedarme atrapado en pensamientos repetitivos, juicios, defensas y emociones encontradas.
Ese instante de consciencia es el interruptor que abre la puerta a recuperar perspectiva. La tentación habitual es luchar contra lo que sentimos, y eso suele darle más fuerza a la emoción. Reconocí que algo no estaba bien, sin identificar claramente qué. Acepté mi estado sin juicios: noté que estaba irritable y taciturno. Me di un espacio para separarme de la emoción, callando mis diálogos internos, buscando causas reales que me dieran luz para actuar.
La pregunta ¿qué cambios he tenido en mi vida estos últimos días? me llevó a considerar si las pastillas que me recetaron para dormir mejor —un tema que me cuesta últimamente— podían estar influyendo. Y sí, había relación.
Las emociones son mensajeros. A veces incómodos, pero necesarios. Es vital entender el mensaje y escucharlo desde nuestros valores. Me pregunté: ¿qué valor está incomodando esta emoción? y ¿por qué es importante para mí?.
Una vez identificado el valor en juego, la pregunta se vuelve más clara:
¿La forma en que estoy actuando me acerca o me aleja de lo que valoro?
¿Qué pequeña acción, aquí y ahora, me pondría más cerca de mi mejor versión?
No hacen falta giros dramáticos; bastan decisiones pequeñas pero alineadas. Pedir perdón por cómo me había comportado empezó a marcar la diferencia. También tomé consciencia de otros factores que gatillaban sentimientos negativos. Otro paso fue separar lo que puedo controlar de lo que no. Decidí dejar que otros hagan lo que consideren correcto, aunque no me parezca, y centrarme en lo que sí es mío: mis comportamientos, actitudes, sentimientos y pensamientos. Ese acto me permitió volver a mi centro.
Este proceso es fácil de describir, pero difícil de aplicar. Requiere consciencia y entrenamiento. Nadie vive siempre en su mejor estado, pero lo importante es pasar el menor tiempo posible en la caja. Como decía Djokovic, más importante que la caída es el retorno. No es fácil, pero se entrena:
Detectar el estado.
Aceptar y nombrar lo que sentimos.
Escuchar el mensaje de la emoción.
Elegir una acción alineada con lo que valoramos.
Soltar lo que no controlo y hacerme cargo de lo que está en mis manos.
Tu mejor versión no aparece por arte de magia. Es una elección consciente, repetida muchas veces al día. La buena noticia: siempre puedes empezar de nuevo, incluso en medio de la tormenta.
Y como parte de este paso de consciencia y de retorno al control, decido escribir estas líneas. Al hacerlo, refuerzo mi propio aprendizaje y lo comparto como un acto de compromiso, integridad y vulnerabilidad: valores que busco vivir y cultivar cada día.
Diego Román L.
Coach, Facilitador de Liderazgo
Fundador de Influenser
"El éxito está en ti, lidérate"
Comments